Tu
madre grita que vas a perder el autobús. Lo puede ver venir por la calle. No
paras, la abrazas y le dices que la amas. No le agradeces por ser una buena
madre, amable y paciente. Por supuesto que no; te lanzas por las escaleras y
corres hasta la esquina. Solo que, si es la última vez que vas a ver a tu
madre, empiezas a desear haberte detenido y hecho esas cosas. Tal vez incluso
perderte el autobús. Pero el autobús se disparaba por nuestra calle, así que
corrí. Catorce niños. Un supermercado. Un millón de cosas que salen mal.
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